Tiempos difíciles

Al señor Bounderby se le metió en su explosivo temperamento la convicción de que la señora Sparsit era una mujer de condición muy elevada para darse cuenta de que él llevaba sobre sí, en sus soledades, aquella carga indeterminada (aún no sabía concretamente en qué consistía), y se le metió además el convencimiento de que Luisa se habría opuesto a las frecuentes visitas de la señora Sparsit, de haber sido compatible con la grandeza suya, la de Bounderby, que su mujer pusiese inconvenientes a nada de lo que él hacía. Por eso resolvió no privarse tan fácilmente de su compañía. Cuando ya los nervios de la señora Sparsit se habían templado lo suficiente como para volver a consumir mollejas en la soledad, le dijo él, mientras cenaban, la víspera del día señalado para su marcha:

-Quiero deciros una cosa, señora: mientras dure el buen tiempo vendréis a la finca todos los sábados y permaneceréis aquí hasta el lunes.

A esto contestó la señora Sparsit con la frase, aunque no con el espíritu, mahometana:

-Oír es obedecer.

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