Tiempos difíciles

-¡Perdóname, compadéceme, ayúdame! ¡Apiádate de mi gran necesidad; y permite que descanse mi cabeza sobre un corazón amante!

-¡Descansa en él! ¡Descansa en él, querida Luisa! -exclamó Cecilia.

CAPITULO II

MUY RIDÍCULO 

Don Santiago Harthouse pasó toda una noche y un día en un estado de tan gran desasosiego, que el mundo, aun poniéndose el cristal de más aumento para mirarle, hubiera reconocido difícilmente en él, durante ese intervalo de locura, a Santi, el hermano del honorable y chistoso diputado. Su emoción era auténtica. Varias veces se expresó con una energía parecida a la que emplean al hablar los seres vulgares. Entró y salió de casa de un modo inexplicable, igual que hombre que no sabe lo que se hace. Jineteó igual que un salteador de caminos. En una palabra, tan horriblemente le aburrieron las cosas que le ocurrían, que se olvidó de aburrirse en la forma que mandan los cánones.

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