Después de poner rumbo con su caballo en medio de la tormenta hacia Coketown, como si se tratase de un simple salto, esperó durante toda la noche, llamando a cada momento con fuertes tirones de campanilla, acusando al portero de guardia del crimen de guardarse las cartas o mensajes que no podÃan menos de haber llegado para él y exigiendo su entrega inmediata. Alboreó, amaneció, llegó el dÃa, y como no llegase con la mañana ni con el dÃa ninguna carta ni mensaje, el señor Harthouse marchó a la casa de campo. Allà le informaron de que el señor Bounderby estaba de viaje y la señora Bounderby en la ciudad. HabÃa salido repentinamente para Coketown la noche anterior. Ni siquiera lo habÃan advertido hasta que llegó un mensaje de ella anunciando que no se esperase su regreso por el momento.
No le quedaba al señor Harthouse otro recurso que seguirla a la ciudad. Fue a casa de los señores de Bounderby. La señora no estaba allÃ. Preguntó en el Banco. El señor Bounderby estaba de viaje, y la señora Sparsit también estaba fuera. ¡La señora Sparsit fuera! ¿Quién era él, que podÃa hallarse reducido súbitamente a situación tan desesperada que necesitase la compañÃa de semejante grifón?