Tiempos difíciles

-Muchas veces, allá abajo, al volver en mí y verla alumbrándome en medio de mi desgracia, se me ocurrió que acaso fuese la misma estrella que mostró el camino del lugar en que estaba Nuestro Salvador. ¡Sí, seguramente que es la misma!

Lo levantaron del suelo y él sintió desbordarse de alegría su corazón, porque le pareció que lo conducían en la dirección misma en que él creía verse guiado por su estrella.

-¡Raquel, mi bienamada muchacha! No te sueltes de mi mano. ¡Esta noche sí que podemos ir juntos,  querida mía!

-Marcharé a tu lado con tu mano en la mía durante todo el camino, querido Esteban.

-¡Dios te bendiga! ¡Que alguien tenga la bondad de taparme la cara!

Lo condujeron con mucho tiento por los campos, por los senderos, por todo el ancho panorama, y Raquel llevaba siempre la mano de Esteban en la suya. Muy pocas veces turbaba un cuchicheo aquel dolorido silencio. No tardó el cortejo en convertirse en fúnebre. La estrella había guiado a Esteban al lugar en donde encontraría al Dios de los pobres; por el camino de la humildad, del dolor y del perdón, alcanzó el descanso de su Redentor.

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