Tiempos difíciles

Desde el asunto de la señora Pegler, la aristocrática dama había echado un velo de serena melancolía y arrepentimiento sobre su expresión de lástima hacia el señor Bounderby. Por eso ahora acostumbraba adoptar una expresión de pena; y esta expresión de pena fue la que tomó en esta ocasión para mirar a su protector.

-¿De qué se trata ahora, señora? -exclamó el señor Bounderby con acento seco y áspero.

-¡Por favor, señor - replicó la señora Sparsit -, no me miréis como si quisierais arrancarme de un mordisco la nariz!

-¡Arrancaros de un mordisco la nariz! ¡Esa nariz! -dando a entender, como se lo imaginó la señora Sparsit, que era mucha nariz para arrancarla de un mordisco. Después de decir esto, que implicaba una ofensa, se cortó él mismo una rebanada de pan, y dejó luego el cuchillo sobre la mesa con estrépito.

La señora Sparsit sacó el pie de su estribo, y exclamó:

-¡Señor Bounderby! ¡Señor!

-¿Qué pasa, señora? ¿Qué es lo que miráis con esa cara de susto?

-¡Perdonad, señor! ; pero... ¿habéis tenido esta mañana algún disgusto? -dijo la señora Sparsit.

-Sí, señora.

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