Los hermanos Karamazov

EL GRAN SECRETO DE MITIA

—Señores —empezó a decir emocionado—, ese dinero... Voy a contarlo todo...

Ese dinero era mío.

El juez y el procurador se irguieron: esta revelación era la que menos esperaban.

—¿Cómo podía ser suyo —dijo Nicolás Parthenovitch—, cuando a las cinco de la tarde, según usted mismo ha declarado...?

—¡Al diablo esas cinco de la tarde, al diablo mi propia declaración! Todo eso poco importa... El dinero era mío... Bueno, no lo era, porque lo robé... Siempre llevaba encima mil quinientos rublos.

—¿De dónde los había cogido?

—Los llevaba en el pecho señores, en una bolsita pendiente de mi cuello.

Desde hacía bastante tiempo, lo menos un mes, los llevaba conmigo como un testimonio de mi infamia.

—¿Pero de quién era ese dinero que usted se apropió?

—Usted quiere decir «robó». Dígalo francamente. Sí, no cabe duda de que es como si lo hubiera robado. Pero si usted prefiere la otra expresión, le diré que, en efecto, me los había «apropiado». Ayer por la tarde los robé definitivamente.

—¿Ayer por la tarde? Pero si acaba usted de decir que hacía un mes que... que se los había procurado...

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