Los hermanos Karamazov

—Yo me quedo —dijo precipitadamente a Aliocha—. Esperaré en el vestíbulo con Carillón y volveremos los dos cuando el doctor se haya márchado.

Entró el médico. Su aspecto era el de un hombre importante. Abrigo de pieles, largas patillas y mentón perfectamente rasurado.

Después de haber franqueado el umbral, se detuvo de pronto, desconcertado.

¿Se habría equivocado de casa? «¿Dónde estoy?», preguntó sin quitarse el abrigo ni el gorro de piel. El aspecto de los habitantes de la casa, la pobreza de la habitación, la ropa tendida en una cuerda lo sorprendieron desagradablemente. El capitán le hizo una profunda reverencia.

—No se ha equivocado, señor —le dijo con obsequiosa humildad—. Yo soy la persona a quien usted busca.

—Entonces, ¿usted es Snieguiriov, el señor Snieguiriov? —preguntó con grave acento.

—Sí, señor.

—¡Ah!

El doctor paseó una nueva mirada de desagrado por la habitación y se quitó el abrigo. El distintivo de un cuerpo oficial brillaba en su pecho. El capitán cargó con el abrigo. El médico se quitó también el gorro.

—¿Dónde está el paciente? —preguntó como quien da una orden.

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