Los hermanos Karamazov

Iván Fiodorovitch había regresado de Moscú sólo cinco días después de la muerte de su padre y al siguiente de su entierro. Aliocha ignoraba la dirección de su hermano en Moscú y, para darle la noticia, había recurrido a Catalina Ivanovna, la cual había telefoneado a sus padres, creyendo que Iván Fiodorovitch los habría ido a visitar el mismo día de su llegada. Pero Iván no fue a verlos hasta cuatro días después. Entonces había leído el telegrama y regresado a toda prisa. Con el primero que habló del crimen fue con Aliocha, y se asombró de oírle decir que Mitia era inocente y que el asesino era Smerdiakov, afirmación contraria a la opinión general. Después visitó al ispravnik, y cuando se hubo informado con todo detalle de los interrogatorios y de los motivos en que se basaba la acusación, le pareció aún más inexacta la opinión de Aliocha y la atribuyó a un exceso de cariño fraternal. Expliquemos de una vez los sentimientos que experimentaba Iván por su hermano Dmitri. No sentía por él el menor afecto; la compasión que le inspiraba tenía algo de desprecio a incluso de aversión. Mitia le era en extremo antipático, incluso físicamente. Ante el amor de Catalina Ivanovna por este pobre diablo, Iván sentía verdadera indignación. Había visitado a Mitia inmediatamente después de su regreso de Moscú, y esta visita había reforzado su convicción. Dmitri se hallaba bajo los efectos de una agitación morbosa; hablaba mucho, pero con cierta incoherencia y sin prestar atención a lo que decía. Se expresaba con brusquedad, acusaba a Smerdiakov y se embrollaba. Repetía que el difunto le había robado tres mil rublos. «Este dinero me pertenecía —afirmaba—. Aunque se lo hubiera robado, no se me habría podido tachar de injusto.» Apenas hablaba de los cargos que se le hacían, y cuando se refería a los hechos favorables, a su inculpabilidad, lo hacía confusa y torpemente, como si no quisiera justificarse ante Iván. Se enojaba, desdeñaba las acusaciones, se enfurecía, profería insultos. Se reía de que Grigori afirmara que la puerta estaba abierta. «¡La debió de abrir el diablo!», exclamaba. Pero no podía explicar satisfactoriamente este detalle. Incluso había ofendido a Iván al hablar de ello en su primera entrevista, diciendo de pronto que quienes sostenían que todo estaba permitido no tenían derecho a sospechar de él ni de interrogarlo. En resumidas cuentas, que había tratado a Iván sin la menor consideración.

eXTReMe Tracker