Los hermanos Karamazov

Iván se levantó, furioso, se quitó el paño húmedo de la cabeza y empezó a ir y venir por la habitación. Aliocha se acordó de que, hacía un momento, el enfermo le había dicho que a veces le parecía dormir despierto. «Ando, hablo, veo y, sin embargo, estoy dormido.» Poco después, Iván desvariaba por completo. Hablaba sin cesar. Se expresaba con incoherencia y articulaba mal las palabras. De pronto, su cuerpo vaciló, pero Aliocha llegó a tiempo para sostenerlo. Después de desnudar a su hermano mal que bien, lo metió en la cama. Iván se sumergió en un profundo sueño. La respiración era regular. Aliocha estuvo dos horas a su lado; luego cogió una almohada y se echó en el diván sin desnudarse. Antes de dormirse oró por sus hermanos. Empezó a comprender la enfermedad de Iván. «Son los tormentos de una resolución altiva, de una conciencia exaltada.» Iván no creía en Dios, pero la verdad divina se había impuesto en su corazón, todavia rebelde. «

Muerto Smerdiakov, nadie creerá a Iván. Sin embargo, irá a declararse culpable: Dios vencerá —se dijo Aliocha con una dulce sonrisa. Y añadió amargamente—: Iván tiene dos caminos: o elevarse a la luz de la verdad, o sucumbir al odio, vengándose de si mismo y de los demás por haber servido a una causa en la que no creía.»

Y rezó de nuevo por Iván.

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