Los hermanos Karamazov

Antes de entrar en la sala mencionaremos ciertos hechos que llamaron la atención de todos. Se sabía el interés que había despertado este juicio, la impaciencia con que se le esperaba, las discusiones y conjeturas que venía provocando desde hacia dos meses. No se ignoraba tampoco que el asunto era conocido en toda Rusia. Pero nadie esperaba que hubiera despertado un interés tan extraordinario fuera de nuestra localidad. Llegó gente no sólo de la capital del distrito, sino de otras ciudades, a incluso de Moscú y Petersburgo: juristas, personalidades de todas clases, damas... Las tarjetas de entrada se agotaron rápidamente. Para los visitantes de categoría se reservaron asientos, sillones detrás de la mesa del tribunal, cosa nunca vista. El elemento femenino era muy numeroso: lo menos la mitad del público estaba formado por damas. Los juristas abundaban también de tal modo, que no se sabía dónde colocarlos. Había sido necesario construir a toda prisa para ellos una especie de tribuna en el fondo de la sala, detrás del estrado. Algunos no tenían asiento, pero se felicitaban de haber podido entrar. Y lo mismo podía decirse del público que, en masa compacta, permanecía de pie en la sala, de la que se habían retirado todas las sillas, con objeto de que hubiera más espacio. Algunas damas aparecían en las tribunas ataviadas como para una ceremonia. Este caso se daba especialmente entre los forasteros. Pero la mayoría de ellas no se habían preocupado en absoluto por su atavío. En sus semblantes se leía una ávida curiosidad. Una de las particularidades más notables de este público femenino, particularidad que se evidenció en el curso de los debates, era la simpatía que la mayoría de las damas sentían por Dmitri, simpatía fundada, sin duda, por el éxito que el acusado había tenido siempre con las mujeres. El deseo general de las damas era que le declarasen inocente.

eXTReMe Tracker