Los hermanos Karamazov

CAPITULO VI.

¿POR QUÉ EXISTIRÁ SEMEJANTE HOMBRE?

Dmitri Fiodorovitch era un joven de veintiocho años, de estatura media y figura bien proporcionada, pero que parecía bastante mayor de lo que era. Se deducía que su musculoso cuerpo estaba dotado de una fuerza extraordinaria, pero su enjuto rostro, de carrillos hundidos, y su amarilla tez le daban un aspecto de enfermo. Sus ojos, negros, algo saltones, tenían una mirada vaga, aunque parecía obstinada.

Cuando estaba agitado y hablaba con indignación, su mirada no correspondia a su estado de ánimo. «Es muy dificil saber lo que piensa», decían a veces sus interlocutores. Algunos días sus risas inopinadas, que denotaban regocijo o pensamientos alegres, sorprendian a los que, viendo sus ojos, le creían pensativo y triste. Por otra parte, era natural que tuviera una expresión algo atormentada. Todo el mundo estaba al corriente de los excesos a que se entregaba en los últimos tiempos, así como de la indignación que se apoderaba de él en las dispùtas que sostenía con su padre por cuestiones de dinero. Por la localidad circulaban anécdotas sobre este particular. Verdaderamente, era un hombre irascible, «un alma oscura y extraña», como dijo de él en una reunión el juez de paz Simón Ivanovitch Katchalnikov.

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