Los hermanos Karamazov

Hemos de hablar con cierto detenimiento de estos tres personajes.

Ya conocemos a Grigori Vasilievitch Kutuzov. Era un hombre de firmeza inflexible, que marchaba hacia su fin con obstinada rectitud, con tal que ese fin le pareciera, aunque fuese por razones completamente ilógicas, un deber ineludible.

Era un hombre incorruptible, en una palabra.

Su mujer, aunque había vivido siempre ciegamente sometida a su voluntad, le atormentaba, desde la abolición de la esclavitud, con el empeño de dejar a Fiodor Pavlovitch a irse a Moscú para abrir una modesta tienda, pues tenían sus ahorros.

Grigori consideró con una resolución definitiva que su mujer estaba equivocada y que todas las mujeres pecaban entonces de deslealtad. No debían dejar a su amo de ningún modo, porque éste era su deber.

—¿Sabes lo que es el deber? —preguntó a Marta Ignatievna.

—Lo sé, Grigori Vasilievitch. Lo que no comprendo es por qué tenemos el deber de permanecer aquí —repuso firmemente Marta Ignatievna.

—Lo comprendas o no, aquí nos quedaremos. Por lo tanto, que no se hable más del asunto.

Y no se habló. Se quedaron, y Fiodor Pavlovitch les asignó un módico salario que les pagaba puntualmente.

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