Los hermanos Karamazov

LOS SENSUALES

Grigori y Smerdiakov aparecieron en pos de Dmitri. Habían luchado con él en el vestíbulo para impedirle la entrada, cumpliendo las órdenes que Fiodor Pavlovitch les había dado días atrás. Aprovechando un momento en que Dmitri se detuvo para orientarse, Grigori dio un rodeo a la mesa, cerró las dos hojas de la puerta que conducía a las habitaciones del fondo y se colocó ante ella con los brazos en cruz, dispuesto a defender la entrada hasta agotar sus fuerzas. Al ver esto, Dmitri lanzó un grito que fue más bien un rugido y se arrojó sobre Grigori.

—¡Eso quiere decir que ella está aquí, que se oculta en esas habitaciones!

¡Aparta, cretino!

E intentó apartarlo con sus manos, pero Grigori lo rechazó. Ciego de rabia, Dmitri levantó el puño y golpeó al criado con todas sus fuerzas. El viejo se desplomó como una planta segada. Dmitri saltó por encima de su cuerpo y abrió la puerta. Smerdiakov había permanecido, pálido y tembloroso, al otro lado de la mesa, junto a Fiodor Pavlovitch.

—¡Gruchegnka está aquí! —exclamó Dmitri—. Acabo de verla llegar, pero no he podido alcanzarla. ¿Dónde está, dónde está?

El grito de «¡Gruchegnka está aquí!» produjo en Fiodor Pavlovitch un efecto inexplicable: su terror desapareció súbitamente.

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