Los hermanos Karamazov

En el relato de Catalina Ivanovna había un detalle que le interesaba extraordinariamente. Cuando la joven había hablado de un colegial, hijo del capitán, que había acudido llorando al lado de su padre, Aliocha había tenido repentinamente la ocurrencia de que este muchacho era el mismo que le había mordido en un dedo cuando él le preguntó en qué le había ofendido. Ahora estaba casi seguro de que no se equivocaba, aunque ignoraba por qué. Estas preocupaciones inexplicables desviaron su atención, y Aliocha decidió no volver a pensar en el mal que acababa de hacer y obrar en vez de atormentarse con el arrepentimiento. Esta idea le devolvió el coraje. Al entrar en la calleja donde vivía Dmitri notó que tenía apetito y sacó del bolsillo el panecillo que había tomado de la mesa de su padre. Se lo comió sin dejar de andar y se sintió reconfortado.

Dmitri no estaba. Los dueños de la casita —un viejo carpintero, su mujer y su hijo— miraron a Aliocha con desconfianza.

—Hace ya tres días que pasa las noches fuera de casa —dijo el carpintero respondiendo a las preguntas de Alexei—. No debe de estar en la ciudad.


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