Los hermanos Karamazov

CAPITULO PRIMERO

EL STARETS ZÓSIMO Y SUS HUÉSPEDES

Cuando Aliocha entró ansiosamente en la celda del starets, su sorpresa fue extraordinaria. Esperaba encontrarlo agonizante, tal vez sin conocimiento, y lo vio sentado en un sillón, débil, pero con semblante alegre y animoso, rodeado de varios visitantes con los que conversaba apaciblemente. El anciano se había levantado un cuarto de hora antes a lo sumo de la llegada de Aliocha. Los visitantes, reunidos en la celda, habían esperado el momento en que el starets despertara, pues el padre Paisius les había asegurado que «el maestro se levantaría, sin duda alguna, para hablar una vez más con las personas que contaban con su cariño, como había prometido aquella mañana». El padre Paisius creía tan firmemente en esta promesa —como en todo lo que el starets decía—, que si lo hubiera visto sin conocimiento, a incluso sin respiración, habría dudado de su muerte y esperado a que volviera en sí para cumplir su palabra. Aquella misma mañana, el starets Zósimo les había dicho al irse a descansar:

—No moriré sin hablar una vez más con vosotros, mis queridos amigos. Quiero tener el placer de volver a veros, aunque sea por última vez.

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