—Abrazadme sin más tardanza, y sed para mí más que un hombre grande y hábil, más que un genio sublime: sed bueno para conmigo, sed un padre.
Al escuchar tales palabras, Aramis casi se le subieron las lágrimas a los ojos, y le pareció sentir en su corazón algo hasta entonces para él desconocido; pero aquella impresión fue fugaz.
—¡Su padre! —dijo entre sí Herblay—. Padre, sí, pero padre santo.
El príncipe y el obispo subieron nuevamente a la carroza, que partió a escape camino de Vaux.