El hombre de la máscara de hierro

Pero, si algo puede ser preferido a la espléndida disposición de las habitaciones, al lujo de los dorados, a la profusión de las pinturas y las estatuas, es el parque, son los jardines de Vaux. Los surtidores, maravillosos en 1653, lo son aún en la hora presente: las cascadas despertaban la admiración de reyes y príncipes; y por lo que hace la famosa gruta, el lector nos perdonará que no describamos todas sus bellezas, porque no querríamos despertar, respecto de nosotros, críticas como las que a la sazón meditaba Boileau. Haremos, pues, como Despreaux, entraremos en el parque que tenía entonces tan sólo ocho años, no obstante lo cual se doraban a los primeros rayos del sol las ya frondosas y altas cimas de sus árboles. Le Notre anticipó el goce del mecenas: todos los planteles dieron árboles precoces gracias al sumo cuidado que se puso en su cultura y al eficaces abonos. Todo árbol de las cercanías que presentaba condiciones de gran desarrollo, era, trasplantado al parque, para adorno del cual podía Fouquet comprar muy bien árboles y más árboles, cuando para agrandarlo había comprado tres aldeas junto con lo que contenían.

El suntuoso palacio estaba dispuesto para recibir «al más gran de rey del mundo». Los amigos de Fouquet habían conducido a él, en coche, unos sus actores y sus decoraciones, otros sus estatuarios y sus pintores, y, otros, finalmente, algunos ingenios, pues se trataba de improvisar en grande.

eXTReMe Tracker