El hombre de la máscara de hierro

—¡Al fin! —repuso D’Artagnan—. ¿Y dónde están las antesalas?

—Al otro lado del patio —respondió el dependiente satisfecho de verse libre.

D’Artagnan atravesó el patio, y preguntó a los criados.

—Monseñor no recibe a esta hora —le respondió uno que llevaba en una fuente de plata sobredorada tres faisanes y doce codornices.

—Decidle —repuso el capitán deteniendo al criado por el extremo de la fuente—, que soy el señor de D’Artagnan, capitán teniente de los mosqueteros de Su Majestad.

El criado lanzó un grito de sorpresa y desapareció seguido del gascón, que llegó a tiempo para encontrar en la antesala a Pelissón que, un poco pálido, venía del comedor al encuentro del anunciado.

—No es nada desagradable, señor Pelissón —dijo D’Artagnan sonriéndose—; no es más que una librancilla.

—¡Ah! —exclamó el amigo de Fouquet ensanchándosele el pecho.

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