El hombre de la máscara de hierro

La cena

El superintendente debía estar enterado del próximo viaje del rey a Nantes, porque dio una cena de despedida a sus amigos. El ir y venir de criados cargados de platos, y la actividad que se notaba en el escritorio, eran señales evidentes de un próximo trastorno en la cocina y en la caja.

D’Artagnan se presentó, libranza en mano, en el escritorio y al decirle que ya era tarde y que la caja estaba cerrada, no replicó más que esto:

—Servicio del rey.

El dependiente, un poco turbado al ver la cara fosca que puso el capitán, contestó que la razón era respetable, pero que también lo eran las costumbres de la casa, y rogaba al portador que volviese al siguiente día. D’Artagnan pidió entonces hablar con el señor Fouquet.

—El señor Fouquet no se cuidaba de tales pequeñeces —replicó el dependiente dando con la puerta en las narices del mosquetero.

Éste, que previó el caso, había puesto la punta de su bota entre la puerta y la jamba, de manera que no jugó la cerradura, y volvió a encontrarse cara a cara con el dependiente que, cambiando de tono dijo, entre despavorido y cortés:

—Si vuestra merced desea hablar con el señor superintendente, vaya a las antesalas, aquí está el escritorio, a donde nunca viene monseñor.

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