El hombre de la máscara de hierro

Consejos de amigo

D’Artagnan y Fouquet partieron y éste con tal rapidez que aumentaba el tierno interés de sus amigos. Los primeros momentos del viaje, o mejor, de esta fuga, fueron turbados por el continuo temor que inspiraban al fugitivo los caballos y coches que tras sí veía. No era natural, en efecto, que Luis XIV dejase escapar su presa. El joven león había husmeado la caza y tenía muy buenos perros para estar descuidado. Mas, insensiblemente, todos los temores fueron desapareciendo: el superintendente, a fuerza de correr tomó tal delantera a los perseguidores que, razonablemente, no podían alcanzarle. En cuanto al hecho, sus amigos encontraron una excelente disculpa. ¿No debía ir a Nantes a reunirse con el rey? Pues su precipitación era prueba de su celo.

Llegó cansado pero tranquilo a Orleans, en donde, gracias a los cuidados de su correo que le había precedido, encontró una hermosa embarcación en forma de góndola, pero más larga y pesada, de las que entonces hacían el servicio entre Nantes y Orleans por el Loira, travesía larga, aún hoy, que entonces parecía más agradable y cómoda que no el camino real con sus caballos de posta y sus malas y mal suspendidas carrozas.

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