El hombre de la máscara de hierro

—No hay que perder minuto.

La señora de Fouquet se salió precipitadamente a la escalera y ordenó que engancharan.

—Señora —dijo la Belliere echándose en pos de aquélla y deteniéndola—, por su salvación os lo ruego, no demostréis nada ni manifestéis la menor alarma.

Pelissón salió para disponer que prepararan las carrozas.

Mientras, Gourville recogió en un sombrero lo que los desconsolados y despavoridos amigos de Fouquet pudieron depositar en él, última ofrenda, piadosa limosna hecha por la pobreza al infortunio.

Llevados por los unos y sostenido por los otros, el superintendente fue encerrado en su carroza.

Gourville se subió al pescante y empuñó las riendas, y Pelissón sostuvo en sus brazos a la desmayada esposa de Fouquet. En cuando a la Belliere, fue más enérgica, y recibió el pago, recogiendo el último beso del ministro.

eXTReMe Tracker