El hombre de la máscara de hierro

—Si yo lo hubiese salvado entonces, mi inocencia no pudiera negarse; y me aventuro a decir que habría obrado bien, porque el señor Fouquet no es un criminal. Pero en vez de escucharme, se ha entregado en brazos del destino, y ha dejado escapar la hora de la libertad. El sufrirá las consecuencias. Ahora he recibido órdenes para mí ineludibles; por lo tanto, dad por arrestado al señor superintendente, Sire, y por encerrado en el castillo de Angers.

—Todavía no le habéis echado la mano, capitán.

—Esto es cosa mía; cada uno a lo suyo, Sire. Lo único que os digo, es que lo reflexionéis con madurez. ¿Me dais formalmente la orden de arrestar al señor Fouquet, Sire?

—No una, sino mil veces os la doy si fuera menester.

—Pues venga por escrito.

—Aquí está.

D’Artagnan la leyó, saludó al monarca, salió, y al legar a la azotea vio pasar todo satisfecho a Gourville en dirección de la casa del superintendente.

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