El hombre de la máscara de hierro

El preso

Después de la singular transformación de Aramis en confesor de la compañía, Baisemeaux dejó de ser el mismo hombre. Hasta entonces Herblay había sido para el gobernador un pre lado a quien debía respeto, un amigo a quien le ligaba la gratitud; pero desde la revelación que acababa de trastornarle todas las ideas, Aramis fue el jefe, y él un inferior.

Baisemeaux encendió por su propia mano un farol, llamó al carcelero, y se puso al las órdenes de Aramis.

El cual se limitó a hacer con la cabeza un ademán que quería decir: «Está bien», y con la mano una seña que significaba: «Marchad delante».

Baisemeaux echó a andar, y Aramis le siguió.

La noche estaba estrellada; las pisadas de los tres hombres resonaban en las baldosas de las azoteas, y el retintín de las llaves que, colgadas del cinto, llevaba el llavero subía hasta los pisos de las torres como para recordar a los presos que no estaba en sus manos recobrar la libertad.

Así llegaron al pie de la Bertaudiere los tres, y, silenciosamente, subieron hasta el segundo piso, Baisemeaux, si bien obedecía, no lo hacía con gran solicitud, ni mucho menos.

Por fin llegaron a la puerta, y el llavero abrió inmediatamente.

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