El hombre de la máscara de hierro

La despedida de Porthos

Cuando los dejó D’Artagnan, Aramis y Porthos entraron en el fuerte principal para hablar con más libertad.

Porthos, siempre receloso, molestaba a Herblay, que en su vida había tenido más libre el espíritu que en aquellos momentos.

—Mi querido Porthos —dijo de pronto el obispo—, dejad que os explique la idea de D’Artagnan. Una idea a la cual vamos a deber la libertad antes de doce horas.

—¿De veras? —exclamó Porthos con admiración—. Vamos a ver.

—Por lo que ha pasado entre nuestro amigo y el oficial, ya habéis visto que le sujetaban ciertas órdenes referentes a nosotros dos.

—Sí; lo he visto.

—Pues bien, D’Artagnan va a presentar su dimisión al rey, y durante la confusión que de su ausencia va a originarse, nosotros nos fugaremos; es decir, os fugaréis vos, si únicamente uno de los dos podemos fugarnos.

—O nos fugamos juntos o los dos nos quedamos aquí —replicó Porthos meneando la cabeza.

—Generoso tenéis el corazón, amigo mío —dijo Aramis—. Pero, francamente, vuestra inquietud me aflige.

—¿Yo inquieto? no lo creáis.

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