El hombre de la máscara de hierro

—¡Oh Dios! —exclamó Fouquet—. A las veces permitís tales injusticias, que me explico que haya infortunados que duden de vos. Tomad, señor de Herblay.

Dichas estas palabras, el superintendente tomó una pluma y escribió velozmente algunas líneas a su compañero Lyonne.

Aramis tomó el papel y se encaminó a la puerta.

—Guardaos —dijo Fouquet, abriendo su cajón y sacando diez libranzas de a mil libras que había en él—. Haced que salga el hijo, y entregad estas libranzas a la madre; pero sobre todo no le digáis…

—¿Qué, monseñor?

—Que con eso tiene diez mil libras más que yo, pues de lo contrario diría que yo soy un pobrísimo superintendente. Id, y espero que Dios bendiga a los que piensan en los pobres.

—También yo lo espero —dijo Aramis besando la mano de Fouquet y saliendo apresuradamente con la carta para Lyonne, las libranzas para la madre de Seldón, y llevándose consigo a Moliere, que ya empezaba a impacientarse.

eXTReMe Tracker