El Tulipan Negro

Pero no puede suceder lo mismo con el lector, que tiene el derecho de ser puesto al corriente de las cosas, incluso antes que nuestro héroe.

Hemos visto que Rosa y el tulipán, como dos hermanos o como dos huérfanos, habían sido dejados, por el príncipe de Orange, en casa del presidente Van Systens.

Rosa no recibió ninguna noticia del estatúder antes de la tarde del día en que lo había visto de frente.

Hacia la tarde, un oficial entró en la casa de Van Systens: venía de parte de Su Alteza a invitar a Rosa a que se llegara al Ayuntamiento.

Allí, en la gran sala de las deliberaciones donde fue introducida, halló al príncipe, que escribía. Estaba solo y tenía a sus pies un gran lebrel de Frisia que le miraba fijamente, como si el fiel animal quisiera intentar hacer lo que ningún hombre podía hacer… leer en el pensamiento de su amo.

Guillermo continuó escribiendo un instante todavía; luego, levantando la mirada y viendo a Rosa de pie cerca de la puerta:

-Acercaos, señorita -dijo sin dejar lo que escribía.

Rosa dio unos pasos hacia la mesa.

-Monseñor -saludó deteniéndose.

-Está bien -contestó el príncipe-. Sentaos.

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