El Tulipan Negro

Capítulo 30 En el que se comienza a imaginar cuál era el suplicio reservado a Cornelius Van Baerle

El coche rodó todo el día. Dejó Dordrecht a la izquierda, atravesó Rótterdam, alcanzó Delft. A las cinco de la tarde había recorrido, por lo menos, veinte leguas.

Cornelius dirigió algunas preguntas al oficial que le servía a la vez de guardia y de compañero, pero, por circunspectas que fueran sus demandas, tuvo el disgusto de verlas sin respuesta.

Cornelius lamentó no tener a su lado a aquel guardia tan complaciente que hablaba sin hacérselo de rogar.

Sin duda, le hubiera proporcionado sobre los motivos de ésta, su extraña tercera aventura, detalles tan graciosos y explicaciones tan precisas como sobre las dos primeras.

Pasaron la noche en el coche. Al día siguiente, al alba, Cornelius se halló más allá de Leiden, teniendo al mar del Norte a su izquierda y al mar de Haarlem a su derecha.

Tres horas después entraban en Haarlem.

Cornelius no sabía en absoluto lo que había ocurrido en Haarlem, y nosotros le dejaremos en esta ignorancia hasta que sea sacado de ella por los acontecimientos.

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