La Dama de las Camelias

Capítulo II

La subasta estaba fijada para el día 16.

Habían dejado un día de intervalo entre las visitas y la subasta, para que los tapiceros tuvieran tiempo de retirar cortinajes, visillos, etc.

Por aquella época yo regresaba de viaje. Era bastante normal que no me hubieran anunciado la muerte de Marguerite como una de esas grandes noticias que los amigos anuncian siempre al que vuelve a la capital de las noticias. Marguerite era bonita, pero, así como la tan solicitada vida de esas mujeres hace ruido, su muerte no hace tanto. Son de esos soles que se ponen como salen, sin brillo. Su muerte, cuando mueren jóvenes, llega a conocimiento de todos sus amantes al mismo tiempo, pues en París casi todos los amantes de una chica de éstas se lo cuentan todo. Intercambian algunos recuerdos respecto a ella, y la vida de los unos y de los otros sigue sin que tal incidente la empañe ni siquiera con una lágrima.

Hoy, cuando uno tiene veinticinco años, las lágrimas se han convertido en una cosa tan rara, que no se pueden regalar a la primera advenediza. No es poco ya que los padres que pagan por ser llorados lo sean en proporción al precio que se han puesto.

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