La Dama de las Camelias

Entre tanto fui a los Campos Elíseos. Estuve allí cuatro horas. No apareció. Por la noche entré en todos los teatros donde ella solía ir. No estaba en ninguno.

A las once me dirigí a la calle de Antin.

No había luz en las ventanas de Marguerite. Sin embargo llamé.

El portero me preguntó dónde iba.

—A casa de la señorita Gautier —le dije.

—No ha vuelto.

—Subiré a esperarla.

—No hay nadie en casa.

Evidentemente era una consigna que podía forzar, puesto que tenía la llave, pero temía armar un escándalo ridículo y salí.

Sólo que no volví a mi casa, no podía dejar la calle y no perdía de vista la casa de Marguerite. Me parecía que aún me enteraría de algo, o por lo menos que iban a confirmarse mis sospechas.

Hacia las doce un cupé que conocía perfectamente se paró cerca del número 9.

El conde de G… bajó de él y entró en la casa, tras haber despedido a su coche.

Por un momento esperé que, como a mí, le dirían que Marguerite no estaba en casa y que volvería a verlo salir; pero a las cuatro de la mañana seguía esperando todavía.

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