La Dama de las Camelias

A veces los términos de aquellas cartas hacían que los ojos se me llenasen de lágrimas.

Había creído que, cerrándole la bolsa, volvería a recobrar a Marguerite; pero, cuando vio la inutilidad de aquel medio, no pudo aguantar más; escribió, pidiendo como otras veces permiso para volver, cualesquiera que fuesen las condiciones que pusiera para ese regreso.

Leí, pues, aquellas cartas apremiantes y reiterativas, y las rompí sin decir a Marguerite su contenido y sin aconsejarle que volviera a ver al anciano, aunque un sentimiento de piedad por el dolor de aquel pobre hombre me impulsara a ello: pero temía que, al hacer reemprender al duque sus antiguas visitas, viera ella en aquel consejo el deseo de hacerle reemprender también el pago de los gastos de la casa; y por encima de todo me asustaba que me creyera capaz de negarme a cargar con la responsabilidad de su vida en cualquier circunstancia a que su amor por mí pudiera arrastrarla.

De ello resultó que el duque, al no recibir respuesta, dejó de escribir, y Marguerite y yo continuamos viviendo juntos sin preocuparnos del futuro.

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