La Dama de las Camelias

Tenía una especie de esperanza de matarme rápidamente a fuerza de excesos, y creo que esa esperanza no tardará en realizarse. Mi salud se alteró necesariamente cada vez más, y el día en que envié a la señora Duvernoy a pedirle clemencia estaba agotada de cuerpo y de alma.

No le recordaré, Armand, de qué forma recompensó usted la última prueba de amor que le di, y por medio de qué ultraje arrojó de París a la mujer que, moribunda, no pudo resistirse a su voz cuando le pidió una noche de amor, y que, como una insensata, creyó por un instante que podría volver a unir el pasado y el presente. Tenía usted derecho a hacer lo que hizo, Armand: ¡no siempre me han pagado mis noches tan caras!









eXTReMe Tracker