La Dama de las Camelias

—Es lo único que puede curarme. Tengo que verla. Llevo sin dormir desde que me enteré de su muerte, y sobre todo desde que vi su tumba. No puedo hacerme a la idea de que esa mujer, a quien abandoné tan joven y tan bella, esté muerta. Tengo que cerciorarme por mí mismo. Tengo que ver lo que ha hecho Dios con aquel ser que tanto amé, y quizá el asco del espectáculo reemplace la desesperación del recuerdo. Me acompañará usted, ¿verdad? Si es que no te molesta demasiado…

—¿Qué le ha dicho su hermana?

—Nada. Pareció muy sorprendida de que un extraño quisiera comprar un terreno y mandar hacer una tumba para Marguerite, y enseguida me firmó la autorización que le pedía.

—Hágame caso, espere a estar bien curado para hacer ese traslado.

—¡Oh!, seré fuerte, no se preocupe. Además, voy a volverme loco si no acabo lo antes posible con esta resolución, cuyo cumplimiento se ha convertido en una necesidad para mi dolor. Le juro que no podré estar tranquilo hasta que haya visto a Marguerite. Tal vez sea una sed de la fiebre que me abrasa, un sueño de mis insomnios, un resultado de mi delirio; pero, aunque después de verla tenga que hacerme trapense como el señor Rancé, la veré.

—Lo comprendo —dije a Armand—, y estoy a su disposición. ¿Ha visto a Julie Duprat?

eXTReMe Tracker