La Dama de las Camelias

—Hace ya tres semanas que se marchó usted le dije.

Armand se pasó la mano por los ojos y me respondió:

—Tres semanas justas.

—Ha sido un viaje largo.

—¡Oh, no crea que he estado viajando todo el tiempo! Estuve quince días enfermo, si no, hace tiempo que hubiera regresado; pero en cuanto llegué allí la fiebre se apoderó de mí, y me he visto obligado a guardar cama.

—Y ha vuelto usted sin estar bien curado.

—Si me hubiera quedado ocho días más en aquel pueblo, me habría muerto.

—Pero, ahora que ya está usted de vuelta, tiene que cuidarse; sus amigos vendrán a verlo. Y yo el primero, si usted me lo permite.

—Voy a levantarme dentro de dos horas.

—¡Qué imprudencia!

—Es preciso.

—¿Qué tiene usted que hacer que corra tanta prisa?

—Tengo que ir a ver al comisario de policía.

—¿Por qué no encarga a alguien que haga esa gestión que puede ponerlo a usted peor?

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