La Dama de las Camelias

—Fue aproximadamente por esta época del año y en la tarde de un día como éste cuando conocí a Marguerite —me dijo Armand, escuchando sus propios pensamientos y no lo que yo le decía.

No respondí nada.

Entonces se volvió hacia mí y me dijo:

De todos modos tengo que contarle esta historia. Escribirá usted un libro con ella, que nadie creerá, pero que quizá sea interesante de escribir.

Ya me lo contará otro día, amigo mío le dije—; aún no está usted bueno del todo.

—La noche es cálida, y me he comido mi pechuga de pollo —me dijo sonriendo—. No tengo fiebre, no tenemos nada que hacer, así que voy a decírselo todo.

—Si se empeña usted, le escucho.

—Es una historia muy sencilla —añadió entonces—, y se la voy a contar siguiendo el orden de los acontecimientos. Si algún día hace algo con ella, es usted libre de contarla como quiera.

Esto es lo que me refirió, y apenas si he cambiado unas palabras de aquel conmovedor relato:

—¡Sí —prosiguió Armand, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del sillón—, sí, fue en una noche como ésta! Había pasado el día en el campo con mi amigo Gaston R… Al atardecer volvimos a París y, sin saber qué hacer, entramos en el teatro Variétés.

eXTReMe Tracker