Madame Bovary

Él se atormentaba para descubrir cómo declarársele; y siempre vacilando entre el temor de desagradarle y la vergüenza de ser tan pusilánime, lloraba de desánimo y de deseos. Después tomaba decisiones enérgicas; escribía cartas que luego rompía. Se señalaba fechas que iba retrasando. A menudo se ponía en camino, con el propósito de atreverse a todo; pero esta resolución le abandonaba inmediatamente en presencia de Emma. Y cuando Carlos, apareciendo de improviso, le invitaba a subir a su carricoche para que le acompañase a visitar a algún enfermo en los alrededores, aceptaba enseguida, se despedía de la señora y se iba. ¿No era su marido algo de ella?

Emma por su parte nunca se preguntó si lo amaba. El amor, creía ella, debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, huracán de los cielos que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en la terraza de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese seguido tranquila de no haber descubierto de repente una grieta en la pared.



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