Madame Bovary

Capítulo VIII

Por fin llegaron los famosos comicios[41]. Desde la mañana de la solemnidad, todos los habitantes, en sus puertas, hablaban de preparativos; habían adornado con guirnaldas de hiedra el frontón del ayuntamiento; en un prado habían levantado una tienda para el banquete, y, en medio de la plaza, delante de la iglesia, una especie de trompeta debía señalar la llegada del señor prefecto y el nombre de los agricultores galardonados. La guardia nacional de Buchy (en Yonville no existía) había venido a unirse al cuerpo de bomberos, del que Binet era el capitán. Aquel día llevaba un cuello todavía más alto que de costumbre; y, ceñido en su uniforme, tenía el busto tan estirado a inmóvil, que toda la parte vital de su persona parecía haber bajado a sus dos piernas, que se levantaban cadenciosamente, a pasos marcados, con un solo movimiento. Como había una especie de rivalidad entre el recaudador y el coronel, el uno y el otro, para mostrar sus talentos, hacían maniobrar a sus hombres por separado. Se veían alternativamente pasar y volver a pasar las hombreras rojas y las pecheras negras.




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