Madame Bovary

La volvió a mirar, pero de un modo tan violento que ella bajó la cabeza sonrojándose. Rodolfo continuó.

—¡Emma!

—¡Señor! —dijo ella, separándose un poco.

—¡Ah!, ya ve usted —replicó él con voz melancólica— que yo tenía razón de no querer volver; pues este nombre este nombre que llena mi alma y que se me ha escapado, usted me lo prohíbe, ¡Madame Bovary!…¡Eh!, ¡todo el mundo la llama así!… Ese no es su nombre, además; ¡es el nombre de otro!

Y repitió:

—¡De otro!

Y se ocultó la cara entre las manos.

—¡Sí, pienso en usted continuamente!… Su recuerdo me desespera ¡Ah!, ¡perdón!… La dejo… ¡Adiós!… ¡Me iré lejos, tan lejos que usted ya no volverá a oír hablar de mí! Y sin embargo…, hoy…, ¡no sé qué fuerza me ha empujado de nuevo hacia usted! ¡Pues no se lucha contra el cielo, no se resiste a la sonrisa de los ángeles!, ¡uno se deja arrastrar por lo que es bello, encantador, adorable!

Era la primera vez que Emma oía decir estas cosas; y su orgullo, como alguien que se solaza en un baño caliente, se satisfacía suavemente y por completo al calor de aquel lenguaje.

eXTReMe Tracker