Madame Bovary

Necesitaban un buen cuarto de hora para despedirse. Entonces Emma lloraba; hubiera querido no abandonar nunca a Rodolfo. Algo más fuerte que ella la empujaba hacia él, de tal modo que un día, viéndola aparecer de improviso, él frunció el ceño como alguien que está contrariado.

—¿Qué tienes? —dijo ella—. ¿Estás malo? ¡Háblame!

Por fin, él declaró, en tono serio, que sus visitas iban siendo imprudentes y que ella se comprometía.











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