Madame Bovary

Capítulo II

Al llegar a la posada, Madame Bovary se extrañó de no ver la diligencia. Hivert, que la había esperado cincuenta y tres minutos, había terminado por marcharse.

Sin embargo, nada la obligaba a marchar; pero había dado su palabra de regresar la misma noche. Además, Carlos la esperaba; y ella sentía en su corazón esa cobarde docilidad que es, para muchas mujeres, como el castigo y al mismo tiempo el tributo del adulterio.

Rápidamente hizo el equipaje, pagó la factura, tomó en el patio un cabriolé, y dando prisa al cochero, animándolo, preguntando a cada instante la hora y los kilómetros recorridos, llegó a alcanzar a «La Golondrina» hacia las primeras casas de Quincampoix.

Apenas sentada en su rincón, cerró los ojos y los volvió a abrir al pie de la cuesta, donde reconoció de lejos a Felicidad que estaba en primer plano delante de la casa del herrador. Hivert frenó los caballos, y la cocinera, alzándose hasta la ventanilla, dijo misteriosamente:

—Señora, tiene que ir inmediatamente a casa del señor Homais. Es algo urgente.

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