Madame Bovary

Capítulo III

Fueron tres días llenos, exquisitos, espléndidos, una verdadera luna de miel.

Estaban en el «Hotel de Boulogne», en el puerto. Y allí vivían, con los postigos y las puertas cerrados, con flores por el suelo y jarabes con hielo que les traían por la mañana temprano.

Al atardecer tomaban una barca cubierta y se iban a cenar a una isla.

Era la hora en que se oye al lado de los astilleros retumbar el mazo de los calafateadores contra el casco de los barcos. De entre los árboles salía el humo del alquitrán, y sobre el río se veían grandes goterones de grasa que ondulaban desigualmente bajo el color púrpura del sol como placas de bronce florentino que flotaran.

Pasaba entre barcas amarradas cuyos largos cables oblicuos rozaban un poco la cubierta de la barca.

Insensiblemente se alejaban los ruidos de la ciudad, el rodar de los carros, el tumulto de las voces, el ladrido de los perros sobre el puente de los navíos. Emma se desataba el sombrero y llegaban a su isla.

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