Madame Bovary

Capítulo X

No había recibido la carta del farmacéutico hasta treinta y seis horas después del acontecimiento; y en atención a su sensibilidad, el señor Homais la había redactado de tal manera que era imposible saber a qué atenerse.

El buen hombre cayó al principio como en un ataque de apoplejía. Después pensó que ella no había muerto. Pero podía estarlo… Por fin se puso la blusa, cogió el sombrero, sujetó una espuela a la bota y salió a galope tendido, y a todo lo largo de la carretera el tío Rouault, jadeante, se consumía de angustia. Una vez, incluso, se vio obligado a bajar. Ya no veía, oía voces a su alrededor, tenía la sensación de volverse loco.

Se hizo de día. Vio tres gallinas negras que dormían en un árbol; se estremeció espantado por este presagio. Entonces prometió a la Santísima Virgen tres casullas para la iglesia y que iría descalzo desde el cementerio de Les Bertaux hasta la capilla de Vassonville.

Entró en Maromme llamando desde lejos a la gente de la posada, derribó la puerta de un empujón, dio un salto sobre el saco de avena, echó en el pesebre una botella de sidra dulce, volvió a montar en su caballo que sacaba chispas con sus cuatro herraduras.

Se decía a sí mismo que sin duda la salvarían; los médicos descubrirían un remedio, estaba seguro. Recordó todas las curaciones milagrosas que le habían contado.

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