Madame Bovary

Venía después, abierta directamente al patio, donde se encontraba la caballeriza, una gran nave deteriorada que tenía un horno, y que ahora servía de leñera, de bodega, de almacén, llena de chatarras, de toneles vacíos, de aperos de labranza fuera de uso, con cantidad de otras cosas llenas de polvo cuya utilidad era imposible adivinar.

La huerta, más larga que ancha, llegaba, entre dos paredes de adobe cubiertas de albaricoqueros en espaldera, hasta un seto de espinos que la separaba de los campos. Había en el centro un cuadrante solar de pizarra sobre un pedestal de mampostería; cuatro macizos de enclenques escaramujos rodeaban simétricamente el cuadro más útil de las plantaciones serias. Al fondo de todo, bajo las piceas, una figura de cura, de escayola, leía su breviario. Emma subió a las habitaciones. La primera no estaba amueblada; pero la segunda, que era la habitación de matrimonio, tenía una cama de caoba en una alcoba con colgaduras rojas.

Una caja de conchas adornaba la cómoda y, sobre el escritorio, al lado de la ventana, había en una botella un ramo de azahar atado con cintas de raso blanco. Era un ramo de novia; ¡el ramo de la otra! Ella lo miró. Carlos se dio cuenta de ello, lo cogió y fue a llevarlo al desván, mientras que, sentada en una butaca (estaban colocando sus cosas alrededor de ella).

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