Madame Bovary

Aquella alma positiva, en medio de sus entusiasmos, que había amado la iglesia por sus flores, la música por la letra de las romanzas y la literatura por sus excitaciones pasionales, se sublevaba ante los misterios de la fe, lo mismo que se irritaba más contra la disciplina, que era algo que iba en contra de su constitución.

Cuando su padre la retiró del internado, no sintieron verla marchar. La superiora encontraba incluso que se había vuelto, en los últimos tiempos, poco respetuosa con la comunidad. A Emma, ya en su casa, le gustó al principio mandar a los criados, luego se cansó del campo y echó de menos su convento.

Cuando Carlos vino a Les Bertaux por primera vez, ella se sentía como muy desilusionada, como quien no tiene ya nada que aprender, ni le queda nada por experimentar. Pero la ansiedad de un nuevo estado, o tal vez la irritación causada por la presencia de aquel hombre, había bastado para hacerle creer que por fin poseía aquella pasión maravillosa que hasta entonces se había mantenido como un gran pájaro de plumaje rosa planeando en el esplendor de los cielos poéticos, y no podía imaginarse ahora que aquella calma en que viva fuera la felicidad que había soñado.

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