La letra escarlata
La letra escarlata HASTA ahora apenas hemos hablado de la niña; de la criaturita cuya inocente vida parecÃa una bella é inmortal flor brotada en medio de la excesiva lozanÃa de una pasión criminal. ¡Cuán extraña se presentaba esa niña á los ojos de la triste mujer, á medida que ésta contemplaba el desarrollo y la hermosura, cada vez más brillante, y la inteligencia que iluminaba con sus trémulos rayos las delicadas facciones de su hija, de su Perla! Tal era el nombre que le habÃa dado Ester, no porque tuviese analogÃa alguna con su aspecto, pues no tenÃa nada del blanco, tranquilo y frÃo lustre que podrÃa indicar la comparación; sino que la llamó "Perla," por haberla obtenido á un gran precio, por haberla comprado en realidad con todo lo que ella poseÃa, con lo que era su único tesoro. ¡Cuán singular era todo esto! El hombre habÃa hecho patente la falta de esta mujer por medio de una letra escarlata dotada de tan grande y desastrosa eficacia, que impedÃa que aquella fuera objeto de las simpatÃas humanas, á no ser de personas igualmente culpables. Pero la naturaleza, en compensación de esta falta que el hombre habÃa castigado, la dotó de una niña encantadora, que reposaba en aquel mismo seno infamado por la ley, para poner por siempre á la madre en relación con la raza humana, y para que llegara al fin á ser un alma escogida en el cielo. Sin embargo, estas ideas llenaban la mente de Ester con sentimientos de temor más bien que de esperanza. SabÃa que su acción habÃa sido mala, y por lo tanto no podÃa creer que sus resultados fueran buenos. Con creciente sobresalto contemplaba el desarrollo de la criatura, temiendo siempre descubrir alguna peculiaridad sombrÃa y extraña, que guardara correspondencia con la culpa á que debió el ser.
