Marius presenció toda la anterior escena, sin embargo nada vio. Sus ojos estuvieron todo el tiempo clavados en la joven.
Cuando se fueron, quedó sin saber qué hacer; no podía seguirlos porque andaban en carruaje. Además, si no habían partido aún y el señor Blanco lo veía, volvería a escapar y todo se habría perdido otra vez. Finalmente decidió arriesgarse y salió de la pieza.
Al llegar a la calle alcanzó a ver el coche que doblaba la esquina. Corrió hacia allá y lo vio tomar la calle Mouffetard.
Hizo parar un cabriolé para seguirlo, pero el cochero, al ver su aspecto, le cobró por adelantado y Marius no tenía suficiente dinero. ¡Por veinticuatro sueldos perdió su alegría, su dicha, su amor!
Al regresar divisó al otro lado de la calle a Jondrette hablando con un hombre de aspecto sumamente sospechoso. A pesar de su preocupación, Marius lo miró bien, pues le pareció reconocer en él a un tal Bigrenaille, asaltante nocturno que una vez le mostrara Courfeyrac en las calles del barrio.
Marius entró en su habitación e iba a cerrar la puerta, pero una mano impidió que lo hiciera.
- ¿Qué hay? -preguntó-, ¿quién está ahí?
Era la Jondrette mayor.