Marius había conservado los hábitos religiosos de la infancia. Un domingo que fue a misa a San Sulpicio, a la misma capilla de la Virgen a que lo llevaba su tía cuando era pequeño, estaba distraído y más pensativo que de ordinario y se arrodilló, sin advertirlo, sobre una silla de terciopelo en cuyo respaldo estaba escrito este nombre: "Señor Mabeuf, administrador". Apenas empezó la misa, se presentó un anciano y le dijo:
- Caballero, ése es mi sitio.
Marius se apartó en seguida, y el viejo ocupó su silla.
Cuando acabó la misa, Marius permaneció meditabundo a algunos pasos de distancia; el viejo se acercó otra vez y le dijo:
- 0s pido perdón de haberos molestado antes y molestaros otra vez en este momento, pero tal vez me habréis creído impertinente y debo daros una explicación.
- No hay necesidad, caballero -dijo Marius.