En pocos días se hizo Marius amigo de Courfeyrac. La juventud es la estación de las soldaduras rápidas y de las cicatrices leves. Marius, al lado de Courfeyrac, respiraba libremente, cosa que era bastante nueva para él. Courfeyrac no le hizo ninguna pregunta, ni pensó siquiera en hacerla. A esa edad, las fisonomías lo dicen todo en seguida y la palabra es inútil. Hay jóvenes que tienen rostros abiertos. Se miran y se conocen.
Sin embargo, una mañana Courfeyrac le hizo bruscamente esta pregunta:
- A propósito, ¿tenéis opinión política?
- ¡Vaya! -dijo Marius, casi ofendido de la pregunta.
- ¿Qué sois?
- Demócrata bonapartista.
- Matiz gris de ratón confiado -dijo Courfeyrac.
Al día siguiente, Courfeyrac llevó a Marius al Café Musain y le dijo al oído sonriéndose:
- Es preciso que os dé vuestra entrada a la revolución.
Lo condujo a la sala de los amigos del ABC, y lo presentó a los demás compañeros, diciendo sólo estas palabras, que Marius no comprendió:
- Un discípulo.