Los Miserables - Parte 1

Así luchaba en medio de la angustia aquella alma infortunada. Mil ochocientos años antes, el ser misterioso en quien se resumen toda la santidad y todos los padecimientos de la humanidad, mientras que los olivos temblaban agitados por el viento salvaje de lo infinito, había también él apartado por un momento el horroroso cáliz que se le presentaba lleno de sombra y desbordante de tinieblas en las profundidades cubiertas de estrellas.

De pronto llamaron a la puerta de su cuarto.

Tembló de pies a cabeza, y gritó con voz terrible:

- ¿Quién?

- Yo, señor alcalde.

Reconoció la voz de la portera, y dijo:

- ¿Qué ocurre?

- Señor, van a ser las cinco de la mañana y aquí está el carruaje.

- Ah, sí -contestó-, ¡el carruaje!

Hubo un largo silencio. Se puso a examinar con aire estúpido la llama de la vela y a hacer pelotitas con el cerote. La portera esperó un rato hasta que se atrevió a preguntar:

- Señor, ¿qué le digo al cochero?

- Decidle que está bien, que ahora bajo.

 

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