- Es que… Quiero que me escuchéis vos solo.
- ¡Y a mí qué me importa!
- Concededme tres días -susurró Jean Valjean-. Tres días para ir a buscar la hija de esta desdichada. Pagaré lo que sea, me acompañaréis si queréis.
- ¿Bromeas? -exclamó Javert, hablando en voz muy alta-. ¡Vaya, no lo creía tan estúpido! Me pides tres días para escaparte. ¿Dices que es para ir a buscar a la hija de esa mujer? ¡Qué gracioso!
Y se echó a reír a carcajadas. Fantina se estremeció.
- ¡Ir a buscar a mi hija! -exclamó-. ¿Que no está aquí? ¿Dónde está Cosette? ¡Quiero a mi hija, señor Magdalena! ¡Señor alcalde, por favor!
Javert dio una patada en el suelo. Miró fijamente a Fantina y dijo cogiendo nuevamente la corbata, la camisa y el cuello de Jean Valjean.
- ¡Cállate tú, bribona! ¡Qué país de porquería es éste donde los presidiarios son magistrados y donde se trata a las prostitutas como a condesas! Pero todo va a cambiar, ya verás. Te repito que aquí no hay señor Magdalena, ni señor alcalde. Sólo hay un ladrón, un bandido, un presidiario llamado Jean Valjean, y yo lo tengo en mis manos. Es todo lo que hay aquí.