Al día siguiente, al salir el sol, monseñor Bienvenido se paseaba por el jardín. La señora Magloire salió corriendo a su encuentro muy agitada.
- Monseñor, monseñor -exclamó-: ¿Sabe Vuestra Grandeza dónde está el canastillo de los cubiertos?
- Sí -contestó el obispo.
- ¡Bendito sea Dios! -dijo ella-. No lo podía encontrar.
El obispo acababa de recoger el canastillo en el jardín, y se lo presentó a la señora Magloire.
- Aquí está.
- Sí -dijo ella-; pero vacío. ¿Dónde están los cubiertos?
- ¡Ah! -dijo el obispo-. ¿Es la vajilla lo que buscáis? No lo sé.
- ¡Gran Dios! ¡La han robado! El hombre de anoche la ha robado.
Y en un momento, con toda su viveza, la señora Magloire corrió al oratorio, entró en la alcoba, y volvió al lado del obispo.
- ¡Monseñor, el hombre se ha escapado! ¡Nos robó la platería!
El obispo permaneció un momento silencioso, alzó después la vista, y dijo a la señora Magloire con toda dulzura: